Pachuca, 1954-Ciudad de México, 2006
Asesinado con arma blanca.
Ningún detenido.
POR MELISSA DEL POZO
La mañana del 16 de noviembre de 2006, cuando Remedios Sánchez abrió la puerta del lujoso departamento 201 de la calle de Varsovia número 3, en la colonia Juárez de la Ciudad de México, la radio sonaba a todo volumen. Al llegar a la sala, la empleada de limpieza se encontró con el periodista José Manuel Nava Sánchez cubierto de sangre.
El ex director del diario Excélsior tenía varias heridas en el cuello y el pecho. Remedios avisó inmediatamente al portero del edificio, Reynaldo Gómez, quien llamó a los paramédicos de la Cruz Roja. Pero nada pudieron hacer; el “señor Nava”, como ella lo llamaba, había muerto.
Tras el arribo de la policía y los peritos, Remedios pasó el resto de la mañana declarando en el Ministerio Público (MP) sobre el hallazgo del cadáver de su empleador desde hacía cuatro años, con quien llegó a compartir algunas tardes de café al terminar su jornada. También acudieron al MP Reynaldo Gómez y Victoria Martínez, la administradora del edificio. Las dos mujeres y el portero coincidieron en sus declaraciones: “El señor Nava era una extraordinaria persona, honrado, sin vicios, no se metía con nadie y la gente lo apreciaba”.
Peritos de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) hicieron constar en la averiguación previa PGJ/C2006/-VII que la cerradura de la puerta principal “no estaba forzada y que la víctima tenía ocho horas de haber fallecido, (y) presentaba siete lesiones en el pecho y cuello, producidas por un arma blanca”.
Reynaldo explicó a los investigadores que la noche del día 15, José Manuel, quien vivía solo, llegó a su departamento acompañado de un hombre. El individuo, les dijo, salió del edificio a las tres de la mañana, cargando un maletín y sin dirigirle la palabra.
Martínez mencionó también este hecho al MP, y le entregó los videos del lobby del edificio con la esperanza de “que se hiciera justicia y detuvieran al sujeto que lo mató, pero nada, así han pasado todos estos años; el único testigo del crimen fue su gato, el Cabo”.
Un día después del hallazgo del cadáver, Carlos Jiménez reportó en Crónica que el fiscal de Homicidios de la PGJDF, Guillermo Zayas, apuntó el robo como principal línea de investigación, ya que fueron sustraídos del departamento la computadora, la cartera y otros objetos personales del periodista. “Por como quedaron las cosas desordenadas, la policía supone que hubo una pelea entre Nava y quien lo mató. Al parecer, todo sucedió durante la madrugada. El enfrentamiento se dio en la sala; sin embargo, el fuerte volumen del estéreo no permitió que ninguno de los vecinos (lo) escuchara”, señala la nota.
Tras el crimen del periodista, la administradora se hizo cargo de Cabo San Lucas, el gato amarillo de elegante pelaje que tanto amó José Manuel y que murió en 2016. Lo trajo de Washington, donde fue corresponsal de Excélsior durante 21 años.
El periodista nació en Pachuca, Hidalgo, en 1954. Era una familia de seis hermanos; cuando tenía 4 años, se mudaron de Actopan a la capital mexicana. Su padre murió cinco años después. Estudió letras y ciencias políticas en México y Estados Unidos. Su agudeza y perseverancia, cuentan sus amigos, lo hicieron avanzar rápidamente de la Agencia de Noticias del Estado Mexicano (Notimex), donde publicó algunas notas al inicio de su carrera, a las páginas de política y las primeras planas de uno de los diarios con mayor circulación nacional, Excélsior.
“Era una persona brillante y tenaz”, recuerda Martha Neidecker, una amiga de su juventud con la que sostuvo contacto hasta un año antes de su muerte. Dominaba el francés y el inglés, y recuerda que entendía la política como pocos: “No era raro escucharlo hablar de gobernadores y políticos de los que se sentía avergonzado por la poca representatividad que ofrecían de México en el mundo, conocía muy bien la historia de su país y sus injusticias”.
“Estaba entregado a la investigación, a formularse preguntas todos los días”, agrega Neidecker. “Era muy generoso, sensible, escuchaba a la gente, eso lo hacía ser el mejor en el oficio que había elegido. Solo regresó a México a morir”.
A los 22 años, José Manuel ingresó como reportero de política a Excélsior, entonces el periódico más reconocido en México. Comenzó dando cobertura a la Cámara de Diputados y la Secretaría de Relaciones Exteriores. Luego fue corresponsal en Centroamérica y en Vietnam, y cubrió la guerra entre Irán e Irak. Hizo una maestría de periodismo en París patrocinado por el diario y la Comunidad Económica Europea. Al terminarla, en 1980, el periódico lo mandó a Washington.
En 1976, el año en el que Nava entró a Excélsior, fue también el año en el que el presidente Luis Echeverría, con el apoyo de un grupo de trabajadores de la Cooperativa Excélsior, orquestó en una asamblea un “golpe” contra la línea crítica de su director, Julio Scherer, lo que que provocó su destitución y la salida de un grupo de periodistas y colaboradores, como narró el propio Scherer en Los presidentes.
José Manuel contó a la periodista Elvia Andrade Barajas, directora del portal Reportajes Metropolitanos, que Scherer fue su maestro en la UNAM y lo invitó a trabajar en Excélsior, pero cuando fue a verlo lo corrió de la oficina, lo que pudo deberse, dijo, a la presión del conflicto interno, pues el encuentro ocurrió un mes antes de su salida del periódico. Finalmente, ingresó al diario contratado por Regino Díaz Redondo, el nuevo director tachado de golpista.
A finales de 2001, el año en que fue destituido Díaz Redondo, dejó la corresponsalía en Washington cuando se interrumpieron los pagos —sueldo y gastos—, y comenzó a quedarse sin ahorros. El nuevo director de Excélsior, Armando Sepúlveda, le pidió regresar a la capital estadounidense con la promesa de que se normalizaría el flujo de dinero, pero no recibió “un solo centavo” —aseguró en la entrevista con Andrade Barajas—, por lo que aceptó la oferta de Reuters de convertirse en el jefe de información de sus 34 corresponsales latinoamericanos.
Trabajó un año en Reuters y, de regreso en México, le ofreció a Sepúlveda escribir una columna de política internacional sobre Estados Unidos y sus relaciones con México. Así nació El vortex del mal. Aparecía en la primera plana de Excélsior, pero cuando le propusieron publicar un libro con estos artículos, el director del diario la “desapareció”.
“Curiosamente, esa decisión le costó la dirección del periódico, ya que no solo dejó de publicar la columna, sino que me sacó de la nómina, algo que no podía hacer porque yo era socio de la cooperativa”, explica en Reportajes Metropolitanos.
En septiembre de 2003 recibió una llamada invitándolo a reunirse con el presidente del consejo de administración de Excélsior, Salvador Legorreta, quien le propuso dirigir el diario, cargo que asumió el 20 de febrero de 2004.
Una amiga del periodista, que pide omitir su identidad, cuenta que aceptó la dirección con optimismo, esperando lograr la confianza de los trabajadores para echar a andar el periódico, que había atravesado por profundas crisis económicas y de liderazgo. Nava no imaginaba que venía peores rachas.
Con la llegada de Nava siguieron los bloqueos oficiales en los pagos de publicidad.
“Todo fue en vano”, explica la periodista que prefiere mantener su anonimato, “había demasiados intereses y los trabajadores estaban desesperados. Hubo meses en los que no había dinero ni para la tinta y José Manuel ponía de su bolsa para que el diario saliera, pero los golpes se daban a cada rato, eran los mismos que querían que se vendiera el periódico”.
La paciencia y las ganas no fueron suficientes. Nava vivió un año complejo, recuerda su amiga Elvia.
El 13 de diciembre de 2005 José Manuel fue obligada a abandonar el puesto en la dirección y lo relata así en su libro Excélsior: El asalto final: “Un grupúsculo de traidores, emboscados, comprometidos con el gran capital, deslumbrados por promesas que a la postre no les cumplieron, no tuvieron empacho en llegar hasta el crimen de sellar a medianoche las oficinas del director y expulsarlo ilegalmente”. Cuatro días antes, el presidente del consejo de administración, Armando Heredia Suárez, había comunicado en una junta la decisión de aceptar vender la plaza de subdirector por 4 millones de pesos.
“La traición interna, el gran capital y la complicidad abierta del presidente Vicente Fox terminaron con la última cooperativa periodística de México”, formada por mil 400 trabajadores, contó José Manuel en una entrevista a Andrade Barajas.
En la presentación de su libro en el Orfeó Català de México, el 6 de noviembre de 2006, el periodista detalló que Excélsior adeudaba a Hacienda más de 3 mil millones de pesos en pasivos fiscales, además de 50 millones al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), 10 millones a Infonavit, y más de 150 millones en pasivos laborales. “Es decir, una deuda tan solo con el gobierno federal que excedía el valor total de la empresa”.
Durante meses, contó en aquella presentación, un interventor del Seguro Social era el encargado de autorizar los egresos de la caja general del periódico y los pagos de insumos. Los viernes, cuando debían pagar por adelantado al proveedor de papel, “simplemente desaparecía”. La institución llegó a girar oficios a los clientes del periódico pidiéndoles que los pagos se hicieran directamente al IMSS y no a la cooperativa.
Una vez que Heredia Suárez y Francisco Javier de Anda Herrera, gerente general del diario, vendieron los activos y bienes de la cooperativa a Grupo Empresarial Ángeles —para integrarlos a Grupo Imagen—, propiedad de Olegario Vázquez Raña, las puertas del gobierno foxista se abrieron para solucionar los problemas, aseguró: “Ya en manos del gran capital, los pasivos fiscales parecieron evaporarse como por arte de magia en su enorme mayoría”.
Pero los trabajadores, denunció, fueron víctimas de lo que llamó “una campaña de limpieza étnica”. Un policía en la puerta les confiscaba el gafete y les impedía el paso a las instalaciones. “Todos, prácticamente todos sin excepción, fueron humillados, premeditadamente aislados e ignorados, vergonzosamente corridos de la que había sido su casa durante toda una vida”.
En su libro, José Manuel escribe que Vázquez Raña compró el diario por 536 millones de pesos en una transacción opaca, y que antes de que esta concluyera hubo actos de sabotaje interno contra la redacción y la imprenta de Excélsior.
Proceso reportó que, en la presentación, el periodista afirmó que “la venta se hizo en condiciones de ‘extrema irregularidad’, sin contrato de compraventa, sin representantes con el poder legal suficiente para la transferencia del dominio y con los socios cooperativistas con los ojos vendados por el hambre y las falsas promesas”.
La amiga del periodista recuerda: “El día que lo despojaron de todo, José Manuel se encerró, solo hablábamos por teléfono”.
La administradora, Vicky, quien sigue a cargo de dicho inmueble, elegante, espacioso y en perfecto estado, recuerda que “el señor se veía decaído, se refugió en su departamento aquí con el Cabo, pero lo veíamos poco. Me contó que preparaba un libro y que me invitaría a la presentación tan pronto estuviese listo”.
Su amiga asegura que lo amenazaron para que no publicara Excélsior: El asalto final. Nueve días después de la presentación del libro, José Manuel fue asesinado. Solo algunas personas, como Vicky, conservan un ejemplar.
A la hipótesis inicial del robo como causa del homicidio se sumó, días después, según escribió Julio Pomar en su columna Palenque en Diario 21, la posibilidad de que se tratara de un crimen pasional —cometido por el hombre que acompañó al periodista a su departamento—, o bien de una represalia por haber publicado la “conjura” contra Excélsior.
Las autoridades descartaron que el homicidio se relacionara con la actividad periodística de José Manuel ya que dos meses antes de su asesinato había comenzado a publicar en El Sol de México la columna diaria Nuevo poder. La familia del periodista solicitó a las autoridades cerrar el caso.