Kilómetro 30, 1964-Plan de los Amates, 2014
Asfixiado y decapitado.
Cinco detenidos.
POR: ROSALBA RAMÍREZ
“Ya lo encontraron”, pensó Emmanuel cuando vio pasar una caravana de la Fiscalía Especializada en la Investigación y Combate al Delito de Secuestro en Guerrero desplegada por el hallazgo de un cuerpo. Atrás del convoy iban miembros del Ejército y policías federales, estatales y municipales. Era el 2 de junio de 2014. Su padre, Jorge Torres Palacios, había sido secuestrado cuatro días antes, el 29 de mayo.
La noche anterior, un amigo le contó que el automóvil de Jorge estaba siendo remolcado por una grúa en la Avenida Escénica, rumbo al centro de Acapulco. El auto fue encontrado en Rinconada del Mar, en la zona Diamante del puerto turístico. Según Emmanuel, en el interior había una libreta y la grabadora del periodista.
Cuando ese 2 de junio preguntó en la Fiscalía si los restos hallados eran de su padre, la comandanta antisecuestros de la Policía Investigadora Ministerial, María de Lourdes Cruz Rodríguez, le pidió que acudiera al Servicio Médico Forense (Semefo) a reconocer el cuerpo, recuerda el menor de los dos hijos que Jorge tuvo con Georgina Gallardo —su única esposa aunque fueron varias sus parejas—, quien murió de cáncer dos años después del asesinato, el 14 de agosto de 2016.
Emmanuel entró temblando a las instalaciones del Semefo. Volvió a salir para fumar un cigarro y calmar la angustia que sentía por tener que reconocer el cuerpo de quien en vida lo apremió a estudiar su misma profesión.
“(Antes de que encontraran el cuerpo) todos queríamos verlo otra vez con vida, pero uno mismo se prepara mentalmente”, explica. “Ya habían pasado muchos días y nadie hablaba para pedir dinero”.
El joven constató que el cuerpo decapitado que le mostraron era el de su padre. El Sur de Acapulco publicó que, según fuentes ministeriales, el cadáver fue hallado en una fosa de más de un metro de profundidad, en una huerta cercana al panteón de Plan de los Amates, en la periferia de Acapulco. Tenía huellas de tortura y, presuntamente, murió por asfixia dos días después de ser secuestrado.
En el momento del crimen, el periodista vivía en pareja con su colega Maribel Helguera, quien el día de su secuestro lo esperaba para cenar tacos con consomé, su comida favorita. “Esa noche fue muy dura para mí, sobre todo porque aparecía en línea en el WhatsApp, pero no contestaba”, recuerda.
Roberto Álvarez Heredia, vocero de Seguridad del Grupo de Coordinación Guerrero (GCG), accedió a consultar el expediente. En entrevista telefónica, refiere que, según declaraciones de los vecinos del periodista a la Fiscalía antisecuestros, Jorge fue raptado hacia las 19:00 horas del 29 de mayo por doce personas distribuidas en tres autos, que lo amenazaron con armas cortas cuando llegaba en su vehículo a su casa de la Unidad Habitacional El Coloso.
El secuestro de Jorge se hizo público en medios locales, nacionales e internacionales desde esa misma noche. En los días siguientes hubo movilizaciones de reporteros tanto en Acapulco como en Chilpancingo exigiendo la aparición con vida del periodista.
El 3 de junio, tras conocerse el hallazgo del cuerpo de Jorge, hubo una protesta en Acapulco a la que asistió más de un centenar de periodistas. La corresponsal de El Universal, Vania Pigeonutt, publicó: “Por lo menos, desde hace una década no se veía una marcha tan concurrida y organizada”.
Las oficinas en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH) y de la UNESCO condenaron el asesinato. “Las autoridades tienen que enviar un mensaje claro a los criminales y mostrarles que el uso de la violencia para intimidar y matar a periodistas y acallar el debate en el seno de la sociedad civil no será tolerado”, expresó la ex directora general de la UNESCO, Irina Bokova, en un comunicado.
Kenia Guzmán, colega y expareja de Jorge, asistió a su funeral con el hijo de ambos. “Aldo cargó la cruz de su padre”, dice. Su relación, cuenta Guzmán, no era tan cercana, pero su hijo, hoy de 19 años de edad, se deprimió tras el asesinato.
Ella se percató cuando, debido a la afición de Aldo por la escritura, le sugirió dedicarse al periodismo. Su respuesta fue: “No, no quiero que me maten como a mi padre”.
Cuando lo asesinaron, Jorge era el titular de Comunicación Social de la Dirección General de Salud Municipal de Acapulco. El alcalde era Luis Walton, de Movimiento Ciudadano, quien estuvo en el cargo de 2012 a 2015.
Escribía también la columna política Nada personal, con el seudónimo de Sérpico, en el semanario digital El dictamen de Guerrero, en la que criticaba las acciones de los políticos locales y estatales, y denunciaba el abuso policial.
En su última columna, titulada “Chilpancingo sin paz y un Guerrero en retroceso”, escribió sobre seis mantas colgadas en la capital del estado firmadas por “La ciudadanía de Chilpancingo”. “Las mantas fueron colocadas en puentes peatonales (…) donde se expone que gracias a las policías federal, estatal y (al) Ejército hay más gente atropellada en sus garantías, debido a que son detenidas, golpeadas, secuestradas, extorsionadas e incriminadas en delitos inventados, y rematan ‘gracias señores autoridades por su policía ladrona’”, escribe en uno de sus párrafos.
Jorge fue jefe de información y conductor titular del noticiero nocturno de Radio y Televisión de Guerrero (RTG) en el periodo del gobernador priista René Juárez Cisneros (1999-2005), y vocero de Comunicación Social durante la administración del gobernador perredista Zeferino Torreblanca (2005-2011). A principios de la década de los noventa trabajó en el diario Novedades, después de ser uno de los reporteros fundadores, en 1985, del periódico Diario 17.
Otra expareja de Jorge, América Radilla, con quien tuvo una relación de 13 años, lo recuerda como un hombre “de carácter fuerte, perseverante y de corazón noble”. Lo conoció cuando era reportero en RTG y lo veía leer los periódicos cada mañana. Cuando ascendió a jefe de información, cuenta que para varios colegas se convirtió en un maestro, haciendo de ese sistema público una “escuela”.
Nacido el 12 de septiembre de 1964 en la comunidad Kilómetro 30, en el municipio de Acapulco, Jorge cursó la carrera de Comunicación y Periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México de 1985 a 1988, tiempo en el que, según le contaba a Emmanuel, participó en el movimiento estudiantil contra las políticas del entonces rector, Jorge Carpizo.
Sobre las razones del asesinato de su padre, Emmanuel recuerda que la Fiscalía antisecuestros aseguró a su familia que tenían “muchas líneas de investigación, pero nunca las detallaron”.
Tras el homicidio, la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE) de la Procuraduría General de la República (PGR) inició la averiguación previa 79/FEADLE/2014, pero mediante acuerdo del 27 de febrero de 2015 fue remitida, por incompetencia del organismo, a la Fiscalía General del Estado de Guerrero.
El 5 de febrero de 2015, las autoridades detuvieron en Baja California a Ronaldo Mendoza Matilde, el Big Mama, quien según informaron a los familiares de Jorge, era señalado como presunto responsable de su secuestro y asesinato. En el momento de la entrevista con Emmanuel —octubre de 2018— aún no había sido confirmada esta versión.
Días después, el 13 de febrero, la Gendarmería de la Policía Federal capturó en Acapulco a tres miembros de la banda del Big Mama que, según informó la dependencia en un comunicado, confesaron haber asesinado al periodista: Jorge Bedolla Chona, el Toro, Josué García Herrera y Lorenzo Santiago Arellano.
Al año siguiente, Emmanuel se enteró por reportes periodísticos de la detención, el 5 de junio de 2016, de un miembro de la organización de los Beltrán Leyva, David Canek Palma Analco, el Deivid, como presunto autor intelectual del homicidio.
Tanto el Big Mama como el Deivid eran acusados también de delitos federales relacionados con el tráfico de drogas. Para Emmanuel, en lo que respecta al crimen de su padre, ambos son “chivos expiatorios”.
“Va para cinco años y no hay ninguna persona encerrada” que responda directamente por el homicidio, lamenta. El vocero de Seguridad del GCG confirmó que la carpeta de investigación, que consta de doce tomos, sigue abierta.
Jorge no fue el primer miembro de su familia que sufrió una muerte violenta. La mañana del 1 de enero de 2001, un grupo de hombres armados, que incluía a Abel Arizmendi Flores, comisario priista de Kilómetro Treinta, asesinó en su casa a su padre, Tomás Torres Abarca; a su hermano Juan Torres Palacios, profesor del Instituto Tecnológico de Acapulco, y a su primo Juan Torres Miranda, un policía judicial. Estos hechos fueron calificados por Jorge, quien junto con sus hermanos Carlos y Salvador resultó herido en el tiroteo, como un “cobarde y artero atentado a manos de un grupo de la delincuencia organizada”.
Tras estos crímenes, Jorge realizó su trabajo periodístico custodiado por un agente de la Policía Judicial del Estado de Guerrero (PJEG) —hoy Policía Investigadora Ministerial—, pero no porque contara con algún mecanismo oficial de protección, sino porque su compadre, Obdulio Ramírez, comandante de la corporación, se lo propuso, recuerda Emmanuel. Ese acompañamiento duró solo un año porque, asegura, “era una persona aguerrida, sin temor y que nunca se dejaba”.
Carlos Ortiz Moreno, amigo del periodista —con quien trabajó en Diario 17—, sostiene que la protección policial era más numerosa. Cuando trabajaba para El Sol de Acapulco observó a Jorge trasladarse en una camioneta pick up blanca con dos agentes de la PJEG, que a su vez eran resguardados por otro vehículo conducido también por policías.
Emmanuel, quien también es periodista, abandonó la casa en la que vivió con su padre el mismo año en que lo asesinaron. Temía represalias y lo agobiaban los recuerdos, sobre todo los fines de semana, cuando su padre cocinaba, a veces pescado y otras puerco entomatado. “Pero solo en olla de barro porque eso le daba un toque especial”, recuerda.
Actualmente es reportero de nota roja en el medio electrónico Informativo Noticias Guerrero. Jorge le decía que tenía que “empezar desde abajo” y, aunque se lo pidió, nunca lo ayudó a obtener un empleo.
Radilla atestiguó la fe de Jorge por San Judas Tadeo. Aunque nunca lo convenció de ir a misa los domingos, le obsequió una cadena de oro con la imagen del apóstol que siempre portaba.
“Nos dolió mucho que nuestros esfuerzos para que lo liberaran vivo fueran en vano”, dice Ortiz Moreno.
En declaraciones publicadas en la revista VICE, el periodista consideró que el hecho de que los boletines de la Procuraduría General de Justicia del Estado señalaran que Jorge era funcionario y no periodista obstaculizó la atracción del caso por parte de la FEADLE, lo que restó un tiempo valioso a la investigación.
A cinco años del asesinato, en Helguera persiste un deseo: “levantar la sombra” de Jorge en el campo donde fue encontrado muerto, para que su alma pueda reunirse con su cuerpo, que fue enterrado en su pueblo natal. Los agentes de la Secretaría de Seguridad Pública de Acapulco que le asignaron durante unos meses como medida de seguridad le recomendaron que se mantuviera lejos de la zona; por eso, espera aún el momento de regresar.