Tampico, 1961-Reynosa, 2010
Asesinado a golpes.
Ningún detenido.
Por: MARTHA OLIVIA LÓPEZ
El expediente médico de Jorge Rábago Valdez concluyó que su muerte se debió a un gran golpe o caída que le produjo un traumatismo cerebral, y que las hemorragias en su cara y cuerpo fueron causadas por contusiones, recuerda Mirna Hernández, la exesposa del periodista fallecido el 2 de marzo de 2010, dos meses antes de cumplir 49 años.
En una tarjeta informativa, la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) de Tamaulipas disfrazó la realidad, al afirmar que su estado se tornó crítico tras sufrir un coma diabético.
“Esa es una versión que hizo correr el gobierno del estado, pero Jorge no padecía esa enfermedad”, subraya la también periodista. “Eso no lo decía la autopsia, que tuve en mis manos varios años hasta que la tiré, cuando me dije: ‘¿para qué la quiero?’”.
Vía telefónica, Mirna cuenta que, en su natal Tampico, Jorge trabajó en la empresa Coca Cola para costear sus estudios de preparatoria, luego laboró un tiempo en la construcción. En la Universidad Autónoma de Tamaulipas cursó la licenciatura en Ciencias de la Comunicación; formó parte de la segunda generación, que egresó en 1987.
“Era dedicado, trabajador y responsable”, subraya.
Su primer trabajo fue en El Mundo de Tampico como reportero policiaco, aunque durante su vida profesional cubrió casi todas las fuentes informativas.
Mirna y Jorge se enamoraron en la universidad y años más tarde se casaron. Se instalaron en Reynosa, donde el periodista trabajó para el diario La Prensa y después para El Mañana.
“Le pagaban bien (en El Mañana), pero un día renunció porque era amigo del líder (local) del Barzón y le prohibieron que escribiera acerca de la labor social de ese grupo”.
La periodista define a Jorge como “talentoso, bohemio y tomador”. Y justo esa tercera característica fue la que provocó el fin del matrimonio. Él se quedó en la frontera, y Mirna y sus hijos, Alberto Manuel y Rubí Scarlett —de 18 y 14 años cuando murió en 2010—, regresaron a Tampico.
En Reynosa, Jorge se especializó en la fuente política. Escribía la columna Sin límites para el periódico La Prensa de Reynosa, colaboraba en el portal Reporteros en la Red y participaba en “Reporteros en la Mesa”, noticiero de Radio Rey que dirigía Martha Isabel Alvarado. En los últimos tres años, su economía se había estabilizado y destinaba parte de sus ingresos a sus hijos.
El viernes 19 de febrero de 2010, tras revisar la agenda y hacer algunas previsiones para el programa del lunes en Radio Rey, Jorge se dirigió al bar Capri, a unas cuadras de la estación, en la colonia Rodríguez. Frecuentaba el lugar para tomar unas cervezas y seguir los pasos de una mesera con la que vivía un romance.
“Ella tenía otro novio de la gente mala, y dicen que fue quien lo golpeó y dejó tirado por la carretera a Nuevo Laredo; los policías lo encontraron y lo llevaron a la Cruz Roja y de ahí al hospital”, relata un compañero de Jorge que pidió el anonimato.
Otra versión, de una amiga del periodista, que también solicitó omitir su nombre, dice que la dueña del bar llamó a la policía para que se lo llevaran porque estaba ebrio. Quería que le bajaran “la borrachera y lo necio”, cuenta, pero los agentes lo golpearon y robaron sus pertenencias para que no pudieran identificarlo.
La averiguación previa 201/2010 señala que Jorge ingresó a la Cruz Roja en estado de ebriedad a las 9:30 horas del 20 de febrero, según el socorrista Martín Jerónimo Gutiérrez y el médico David Vélez.
Una tarjeta informativa de la PGJE de Tamaulipas del 2 de mayo de 2012 aporta nuevos datos, también contradictorios: asegura que a las 2 de la tarde del 20 de febrero —cuatro horas y media después de su ingreso— el periodista fue trasladado desde la Cruz Roja “a las celdas de la Policía Preventiva debido a su ebriedad y comportamiento agresivo”.
Ninguna autoridad ha explicado qué sucedió ese sábado durante las cinco horas que transcurrieron hasta que, a las siete de la tarde, Jorge fue internado inconsciente en el Hospital General de Reynosa sin pertenencias ni documentación, y con múltiples contusiones en cara y cuerpo. Los análisis mostraron que tenía muy alto el nivel de glucosa en la sangre, por lo que los médicos concluyeron que era diabético.
Jorge llegó a un triste y sucio hospital, del que alguna vez ironizó sobre cómo era posible que tuviera 120 camas y alguien fuera asignado, como fue su caso, a la 803. La doctora Adriana Marcela Hernández Campos le diagnosticó “infección generalizada (…) así como una hemorragia cerebral y una posible neuroinfección”.
Al hacer la revisión de rutina el domingo 21 por la mañana, el jefe de médicos Rodolfo Servín Ruiz escribió que el paciente requería “un TAC (tomografía) de cráneo, el cual no se pudo realizar debido a que no había familiares que lo autorizaran y no se pasó a terapia intensiva porque estaban ocupadas todas las camas”.
El lunes 22, cuando avanzó el día sin saber nada de Jorge, sus compañeros de “Reporteros en la Red” se preocuparon. “Fue extraño que no se presentara a trabajar porque Jorge se distinguía por su responsabilidad y puntualidad”, señala el director editorial, Luis Alonso Vázquez.
A partir de ese momento comenzaron a buscarlo en nosocomios y dependencias policiales. Una enfermera del Hospital General amiga de uno de los reporteros le dijo que revisaran los datos de una persona golpeada cuyo nombre no figuraba en los registros. Fue así como lo ubicaron.
La cadena de irregularidades en el caso de Jorge abarca desde su ingreso en la Cruz Roja hasta su posterior traslado a las celdas de la Policía Preventiva y su internamiento en el Hospital General. El expediente judicial es más confuso aún, con días cambiados y fechas inexistentes.
Una muestra es lo consignado por el médico Servín Ruiz cuando el viernes 26 de febrero, después de reconocer a Jorge, sus compañeros pidieron que fuera internado en el hospital privado Christus Muguerza: “Debido a la premura del traslado el resumen clínico fue realizado por un médico interno de pregrado el cual por error involuntario transcribe lesiones de tipo hematomas en cara las cuales nunca existieron”.
Entre los nuevos exámenes que se le practicaron, una tomografía de cráneo —a cargo del radiólogo Ricardo Javier Flores Hernández— indicó que Jorge tenía edema cerebral, hemorragia subaracnoidea y contusiones cerebrales.
“Los médicos, al verlo tan golpeado, le negaron la atención médica bajo la premisa de que era un desconocido y ya se iba a morir”, señala Mirna.
Recuerda cómo encontró a Jorge en el hospital. “Su corazón era fuerte, aún latía, pero ya tenía muerte cerebral”.
Cuatro días después, el 2 de marzo, el periodista falleció, según la necropsia, a causa de un “shock hipovolémico por lesión de órgano intracraneal y torácico”.
La Dirección de Seguridad Pública municipal no cuenta en sus registros con el certificado médico de Jorge ni información sobre el juez de la Policía Preventiva que se encargó de su caso.
El 11 de marzo de 2010, la Procuraduría General de la República inició una averiguación previa por el delito de secuestro, mientras que la PGJE de Tamaulipas lo hizo por privación ilegal de la libertad y homicidio.
Algunos de sus amigos quisieron investigar por su cuenta. Era fácil saber qué agentes se lo habían llevado del bar y lo habían golpeado porque cada patrulla cubre un sector. Finalmente desistieron, no quisieron arriesgarse porque es sabido que los policías colaboran con grupos de la delincuencia organizada.
La investigación sigue abierta por el delito de homicidio, sin ningún detenido; en estas tierras nadie se atreve a preguntar y ninguna autoridad quiere informar.