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ALFREDO JIMÉNEZ MOTA

Empalme, 1980-Hermosillo, 2005
Desaparecido.
Ningún detenido.

Por: SHAILA ROSAGEL

“¿Cómo me imaginas en 10 años?”, me preguntó Alfredo Jiménez Mota al salir de una junta editorial en El Imparcial, el diario sonorense en el que trabajábamos como reporteros. Íbamos a desayunar cuando me lanzó el interrogante, era el sábado 2 de abril de 2005. Alfredo tenía 25 años y ese día desapareció.

De aquel joven corpulento que practicaba box no quedó ningún rastro. No hay Alfredo vivo ni muerto desde su desaparición en Hermosillo, donde investigaba y escribía sobre las operaciones y vínculos de la delincuencia organizada en la región.

“Hablar de Alfredo es hablar de varias personas a la vez. Es hablar del Alfredo profesionista que era un ‘perro’ en busca de la noticia, que no se conformaba con lo mismo que traían los demás”, dice su amigo Gustavo Lizárraga, quien fue su compañero en el periódico El Debate de Culiacán de 2002 a 2004.

Otro Alfredo era el hombre que se emocionaba como un “chiquillo” al abrir sus regalos de Navidad, o el amigo leal que podía ser también inmaduro, impulsivo y en ocasiones agresivo, recuerda Cuauhtémoc Varela Villegas, otro de sus amigos periodistas de Culiacán. “Su forma de ser, juguetón y pesado en sus bromas, le ocasionó varias disputas a punto de los golpes con compañeros periodistas. Eso sí, no era rencoroso”.

Su deseo fue siempre combatir el mal, asegura Varela Villegas. “Soñaba con ser boxeador o policía. Algunas veces manifestó que le gustaría ser agente aduanal o policía federal para participar en grandes decomisos de droga. Traía el gusto por el peligro en las venas, por la adrenalina a tope”.

Alfredo vivió en Culiacán entre 1999 y 2004. En ese lapso estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Occidente e inició su carrera periodística en El Sol de Culiacán en la fuente de espectáculos. Más tarde trabajó en los periódicos El Debate y Noroeste.

Con “La guerra está a kilómetros de donde transmitimos”, una entrevista con el corresponsal de guerra de TV Azteca Víctor Hugo Puente publicada en la revista Cambio 21, obtuvo en 2003 el premio estatal “El Payo de El Rosario”, que otorgaba la Universidad Autónoma de Sinaloa.

Fue también director de Comunicación Social de la Procuraduría General de Justicia del Estado en Culiacán. Alfredo tomó ese empleo para contar con un ingreso mientras estudiaba y porque le permitía tener acceso directo a la información sobre las detenciones de delincuentes y los decomisos de droga, señala Varela Villegas.

Lizárraga recuerda cuando Alfredo le confesó que tenía dos ofertas de trabajo: una en una agencia aduanal y otra para integrarse a la redacción de El Imparcial. La segunda implicaba un cambio de residencia, dejar Sinaloa para regresar a su natal Sonora, donde podría estar cerca de su familia y crecer como periodista investigando temas de seguridad.

“Me dijo que quería estar cerca de sus papás, que en la aduana le ofrecían mejor paga, pero que al final de cuentas no iba a hacer lo que le gustaba. Yo le contesté: ‘Cabrón, tú eres periodista; aunque te paguen menos, la mejor opción es El Imparcial’. A veces me lamento de ese consejo”.

En 2004 volvió a la ciudad costera de Empalme, donde nació el 16 de febrero de 1980, hijo del ferrocarrilero José Alfredo Jiménez Hernández, y de la ama de casa Esperanza Mota Martínez. De ahí se trasladó a Hermosillo en octubre para cubrir la fuente de seguridad en El Imparcial como periodista especializado. Seis meses después lo desaparecieron.

Su reportaje “Los tres caballeros”, publicado en enero de 2005, le valió amenazas, pues revelaba las operaciones de los tres capos que controlaban el tráfico de drogas en Sonora: los hermanos Alfredo, Mario Alberto y Carlos Beltrán Leyva, y aseguraba que recibían el apoyo de funcionarios de los distintos niveles de gobierno.

“Él nos decía: ‘Aunque muera en la raya, yo voy a seguir’. No sé de dónde le salió esa pasión, porque antes fue el boxeo y nosotros no lo dejamos porque los boxeadores terminan todos tontos. Quiso ser periodista y así terminó (desaparecido). Nosotros estamos pagando el precio por lo que amó, y estamos muy orgullosos de él. No tenemos nada que reprocharle”, dice su padre.

El trabajo periodístico de Alfredo es la principal hipótesis sobre la causa de su desaparición, de acuerdo con la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) de la PGR. Son 22 líneas de investigación, 22 tomos “y ningún detenido”, subraya don José Alfredo.

Las indagatorias que se han realizado, como parte de la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIS/177/2005, incluyen desde que Alfredo permanecía escondido en un poblano cercano a San Blas, en Nayarit, hasta que su desaparición fue ordenada, debido a su labor periodística, por tres posibles organizaciones criminales: Los Güeritos o Los Números, Los Salazar y el cártel de Sinaloa.

En el informe 58/15 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en el que admite el caso de Alfredo por presuntas violaciones a derechos que derivan en la impunidad del crimen, se establece que, de acuerdo con las investigaciones, no existen pruebas de la participación de agentes estatales.

La revista Proceso publicó en enero de 2007 que la desaparición de Alfredo fue ordenada para evitar que publicara unas grabaciones de llamadas telefónicas que esperaba recibir, en las que se exponían los vínculos entre Roberto Tapia Chan, director de la Policía Judicial del estado; Raúl Enríquez Parra, jefe de la banda de Los Güeritos o Los Números —asesinado en octubre de 2005— y Ricardo Bours Castelo, hermano del entonces gobernador de Sonora, el priista Eduardo Bours Castelo.

Una investigación de la Sociedad Interamericana de Prensa reconstruyó las horas previas a la desaparición del periodista: entre las 21:00 y las 22:00 horas, Alfredo se reunió con Andrés Montoya García, entonces subdirector general del Sistema Estatal Penitenciario de Sonora, para hablar sobre la próxima liberación de David Garzón Anguiano, el Estudiante, un tema del que había escrito en el periódico. La última llamada que recibió, a las 23:04 horas, fue de una de sus fuentes: Raúl Fernando Rojas Galván, quien era subdelegado de Procedimientos Penales de la PGR.

“A nosotros nos han dicho que la principal línea de investigación es ‘por lo que él escribía’”, cuenta don José Alfredo. “Yo le diría a los periodistas: ‘Cuiden bien lo que escriben’, y que se censuren antes de sacar notas del crimen organizado. La que sufre es la familia, el daño es colateral”.

A raíz del caso, en Sonora se dejaron de investigar temas de delincuencia organizada. “Hay una mordaza para los comunicadores en Sonora”, lamenta el padre del periodista. “Al día siguiente de la desaparición de mi hijo ya nadie firmó las notas policiacas, puro ‘redacción’”.

Una placa recuerda a Alfredo en la plaza El Tinaco de Empalme, frente a la que cada año sus familiares exigen justicia, sin que hasta ahora hayan obtenido respuesta.

Según el portal de Alianza de Medios, asociación civil que reúne a 13 medios de comunicación, la Subprocuraduría Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO) seguía 11 líneas de investigación que involucraban a autoridades municipales, estatales y federales sin que ninguna haya aclarado el paradero del periodista.

 

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